Adicciones
Al llegar a casa dejo la maleta en el suelo del salón y mientras el ordenador arranca lleno la lavadora hasta la mitad de la ropa sucia que ha vuelto conmigo del viaje. Ha sido muy poco tiempo, algunas camisetas no han sido usadas ni una vez. Estoy agotado después de siete horas y media de tren, pero las palabras me llegan hasta la punta de los dedos sin apenas pasar por el cerebro. Es mi forma de suicidarme, lenta y cobarde.
He elegido un disco de Ella Fitzgerald teniendo en cuenta que no quiero permitirme el acceso a la melancolía fácil de unas canciones demasiado usadas. Quizá debería dormir unas diez horas y dejar pasar este momento, pero algo como una sed de venganza me tira del estómago, un rencor profundo contra mí mismo que no acabará aquí ni ahora, pero contra el que debo seguir despierto, aunque mañana por la mañana todo vuelva a empezar de nuevo, incluso antes del primer café, del primer cigarrillo.